La bitácora de nuestros viajes
Decidimos viajar a Japón no sólo con el ánimo de contactar con proveedores y generar contactos sino, sobre todo, en búsqueda de motivos de inspiración, ya que este país encarna para nosotros el refinamiento y la singularidad, dos principios con los que Mulia se identifica plenamente.
El suelo de mármol, recalentado por el sol de mediodía, quemaba las plantas de nuestros pies y nos obligaba a caminar dando saltitos, evitando las losetas de color negro, especialmente tórridas. Estábamos paseando alrededor de la Pagoda principal de Yangún, la otrora capital de Birmania y no podíamos sino admirar su silueta dorada, que se elevaba hacia el cielo como un ente vivo.
Cada país posee su esencia. Así ocurre dentro de los denominados países del Sudeste Asiático, que, lejos de poder ser englobados en características similares, presentan peculiaridades muy diferentes.
Tailandia fue nuestro puerto de entrada al Sudeste Asiático, y desde allí hemos ido avanzando hacia otros destinos...
Una bofetada de aire cálido y húmedo nos recibió al descender del avión. Una vez engullidos por el tráfico pudimos comprobar en primera persona uno de los mitos de Bangkok: esta ciudad alberga los semáforos con mayor duración del mundo.
Tras varios años visitando Nepal, donde contactamos con productores de cachemira y con joyeros dedicados a trabajar la plata delicadamente engarzada con turquesas y coral, nos decidimos a hacer un viaje a la legendaria India.
Nuestro éxito con la venta de productos de Tíbet nos motivó a continuar en la misma línea y decidimos repetir al año siguiente. Esta vez nos decantamos por conocer el país vecino, Nepal, cuna de los sherpas, meca del alpinismo y hogar de muchas familias de etnia tibetana.
Tal y como somos, naturales y familiares, dedicándole tiempo a lo que importa...
Hace más de veinte años llegamos a Lhasa, tras un viaje de cuatro días en un todoterreno que nos llevó por un vertiginoso desfiladero que atraviesa los Himalayas y que conecta Nepal con Tíbet.