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KATHMANDÚ
A nuestro regreso a España desde Tíbet, organizamos una exposición para nuestros conocidos, con idea de compartir nuestra experiencia, hablar de los artesanos locales y vender sus productos.
La noticia circuló de boca en boca y en una sola tarde, nos quitaron de las manos todo aquello que habíamos traído. Nuestra primera venta había sido un éxito y pudimos ayudar a las familias tibetanas que habíamos conocido.
Nuestro éxito con la venta de productos de Tíbet nos motivó a continuar en la misma línea y decidimos repetir al año siguiente. Esta vez nos decantamos por conocer el país vecino, Nepal, cuna de los sherpas, meca del alpinismo y hogar de muchas familias de etnia tibetana.
La capital, Kathmandú, resultó ser un dédalo de calles retorcidas, ruido, tráfico caótico y comerciantes ambulantes de baratijas, donde nuestro único lugar de sosiego era el maravilloso jardincito interior del hotel donde nos alojábamos. Pero las altas montañas, siempre presentes en el horizonte, nos invitaban a visitar las tranquilas aldeas de sus laderas.
Allí conocimos a familias enteras que tejían alfombras, tapices, mantas y chales de lana, usando métodos tradicionales transmitidos de generación en generación. Nos enamoramos de una lana en especial, una rareza que sólo se obtiene en los Himalayas, peinando con cuidado el suave vellón interior del pecho de las crías de las cabras de montaña: la cachemira auténtica.
Observamos a los niños jugando con los rebaños, a las abuelas hilando, a los padres mezclando tintes naturales, a las madres manejando hábilmente los telares de madera… Descubrimos unas preciosas y suavísimas pashminas que llevamos con nosotros con sumo cuidado en nuestro camino de regreso, tratándolas como las joyas que realmente eran.